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A los no padres les pido disculpas por esta seguidilla de posts materno infantiles. Pero resulta que este último mes, no sólo me convertí en la teta voluntariosa con ojotas que ya les dije, sino que a hija se le infectó el ombligo -lo que ya está superado-, y Chino tuvo su segundo episodio de broncoespasmo en 40 días -del que estamos saliendo, a base de ventolín, kinesiología y otras yerbas.
Un cuadro de mierda.   
Estoy yendo al pediatra mínimo una vez por semana. Creo que llevo más minutos telefónicos hablados con él que con cualquier otra persona en toda mi vida.
El lunes tenemos turno con un neumonólogo, del que seguramente salgamos con una parva de órdenes para hacer una parva de estudios.
Pero tengo la sensación de que todo esto va a terminar con algún diagnóstico del estilo de "puede ser la contaminación, como la genética, chi lo sa".
Lo único que sé es que no quiero ver más a mi hijo desesperado por respirar. Ni quiero temblar con cada tos que le agarre de acá en adelante. 

Y dicen que ya llega Navidad. 
Mi cerebro está a años luz de pensar en Papá Noel, el vittel toné y la mar en coche. 
Que alguien se lo explique a mi madre, que ayer me vino con el consabido cantito de "a dónde la vas a pasar, porque YO a lo de tu cuñado no voy a ir".
Por lo que debo elegir entre deprimirme con mi escasa familia, o con la familia multitudinaria de marido. 
El de ja vu eterno de las navidades.
 Y sigo sin dormir. Y empecé a laburar.
Estoy agotada.
Sin embargo también hay momentos de puro disfrute. Amo cada día más a mi familia.

Con marido somos un equipo imbatible. En todas las situaciones sé que somos dos contra el mundo. Y así podemos con lo que venga.

El Chino habla como un loro. A veces me extirparía los tímpanos con tal de no escuchar el relato de todo lo que sucede a mi alrededor, o las directivas permanentes, porque el pibe me salió mandoncito y se la pasa dando órdenes: "cantá mamá", "manejá papá", "basta hermana". La mayor parte del tiempo me hace reir, me asombra lo grande que está, y quisiera guardar en la memoria cada minutito, porque no es posible que pase todo tan rápido. 

Y por otro lado, transito la época en la que Duende todavía puede dormir hecha un ovillito arriba de mi pecho sin aplastarme. Una época que sé muy corta, por eso, la malcrío un poco, y la dejo dormir conmigo. Las dos pegadas, como si todavía fuéramos un solo cuerpo.


Así estamos, entre la felicidad y las visitas al pediatra.
Nada del otro mundo.
Pero es nuestro mundo.