cómo medir la eternidad

Se fueron a la guardia por las dudas, para agarrar las cosas a tiempo.
Mientras yo cociné una torta de vainilla. Con colores. Para ambos. 
Siempre los extraño cuando salen de ronda hospitalaria. Ya es una especie de tradición.
Es que todo empezó cuando yo portaba una panza de 38 semanas, y no era muy práctico ni muy recomendable que fuera a un hospital lleno de gérmenes. Además con suerte me podía mover.
Así que fueron ellos.
Y la segunda vez Rosita era un bofe mínimo que no se podía despegar de mi teta. Y tampoco podía recibir tanto virus volador.
Así que fueron ellos. 
Igual que el sábado. 
Y les hice torta. Pero a la hora de la merienda la torta quedó sola esperando en la mesada.

Fueron cuatro días. Millones de horas.
Cuatro días de maravillarme con el aguante y el humor de mi hijo, atado a unas máquinas y sin embargo sonriente. Al borde del ahogo y sin embargo charleta.
Cuatro días en los que no dormimos juntos en un sillón. El mejor equipo del mundo, nosotros dos.
Cuatro días de extrañar, de querer estar en dos lugares a la vez. Extrañando a una, tan chiquita, que andaba de mano en mano, pasando el tiempo con abuelas, tíos, los que estuvieran disponibles.
Y extrañándolos, cuando estaba con ella, esos veinte minutos de abrazos y besos para que no se sintiera tan extraña.  Ella, o yo.

Nunca sentí miedo. No lloré.
No porque no tuviera miedo. Mi angustia me espera, se guarda, me deja hacer, me permite ser de piedra. Y un día me caga a palos. Pero ese día ya no necesito ser una piedra.
Hoy ponele.

Cuatro días después volvimos los tres, para volver a ser cuatro.
Y después me volví a encontrar con el caos diario, el cansancio, los dos dando vuelta la casa... pero esta vez lo disfruté. Me encontré sonriendo entre llantos, mocos y comida en el pelo. 
Prefiero una eternidad de este quilombo de a cuatro.
No quiero nunca más cuatro días eternos.



 

No ser de aquí ni ser de allá

No tener tiempo se ha convertido en mi esencia. 
Corro, transpiro la camiseta, me duelen los pies, y el cuello, y la cabeza. Y al final del día recuerdo que no hice ni la mitad de las cosas que hubiese querido.
Y siempre una de esas cosas es ponerme a tiro con los blogs de ustedes, y con este espacio, que me da vueltas en la cabeza pero al que no me asomo hace más de dos meses.
Y eso porque no tengo tiempo. Pero también porque no estuve. Me fui de viaje. Y en pocos días me vuelvo a ir. Mezcla de trabajo, familia y ocio.

Me fui y descubrí que dos pibes de menos de 3 años en un avión pueden portarse como dos santos. Y los dos pibes de atrás pueden portarse como el reverendo ojete. Y está bien, porque son pibes. Y si pretendés que no lloren o no se embolen metidos ocho horas en un espacio cerrado, mínimo e incómodo sos medio pelotudo. Qué querés que te diga. Fijate cómo se portan los adultos y no le pidas peras al olivar.

Descubrí que podemos salir a cenar los cuatro y pasarla bien.
Que los puedo llevar al cine. Que a Rosita no le da miedo nada. La subas a donde la subas, le muestres lo que le muestres. Que a todo le devuelve una sonrisa, de cuatro dientes y una nariz coloradita.
Que el Chino creció, y está faquiiiiito y alto, pero además está vergonzoso. Que no baila tan libre como siempre. Por lo menos frente a los otros.
Que descubrió el miedo a la oscuridad, y las pesadillas. Y él que dormía toda la noche, y se iba a acostar solito, ahora se rebela, se pasa a la cama, se despierta mil veces.
Rosita duerme, toda la noche. Se ve que la idea es ir turnándose para que los que no puedan dormir seamos nosotros, los padres.
El Chino también descubrió que tiene una hermana que dejó de ser un bofe y ahora atrae la atención del resto, y estalla de celos. Y hubo mordidas, y hay rabietas. Y hay que trabajar el equilibrio... y la meditación zen para no ahocarlo. 

Descubrí que viajar con dos pibes tan chiquitos es muy trabajoso, y cansa. Que vivir con dos pibes tan chiquitos cansa, porque no parás, un segundo. Pero se puede. Si no te ahogás en un vaso de agua. 
Si pensás que todo se va ir solucionando, que si olvidaste la mamadera la pibita tendrá que aprender a tomar en vaso. Que si te olvidás el pañal, el pibito andará cagado un rato más, hasta que encuentres una farmacia. 
Lo que no te podés olvidar es la paciencia, y la creatividad para encontrar soluciones. Porque no se puede estar en todo, todo el tiempo.
Se puede viajar, y vivir, y reirse, y disfrutar, con una de 10 meses y otro de dos años y medio, mientras no intentes ser la mujer maravilla.
Y lo digo para convencerme, porque parte de este cansancio eterno es esta -mala- costumbre de intentar tener todo bajo control.

Se viene otro avión, más horas. Menos ocio. Más situaciones desconocidas, nuevas. In-con-tro-la-bles.
Ya no espero el caos. O sí, pero lo abrazaré como a un amigo de la infancia.
No espero acordarme de todo. Estar aquí y más allá, pronosticando el futuro y llevando la solución encima. Si pasa, algo se me ocurrirá.
Ser la "mami" perfecta no es para mí. Con ser "mami" a secas ya tengo suficiente.