se7en

Hace como dos mil años, Fer, una amiga de la casa, me pasó un meme que no pude responder por estar en la casita de las sierras panza arriba. Así que, por más tiempo que haya pasado bajo el puente, aquí me tienen, contestando.
En lugar de 7 secretos voy a contar mis 7 pecados capitales. Porque sí, si creyera en Dios seguro que debería temer el infierno.

Ira
Parte de este blog está compuesto por las cosas que me sacan de las casillas, lo que sucede con alguna facilidad. Últimamente me está poniendo en “asesino de Denver mode on” la gente que no lee los mails. No hablo de la gente que no abre sus mails, sino de la que abriéndolos, le pasan con los ojitos por encima al texto, como si esas letritas que están ahí todas juntas no tuvieran ningún significado.
A las palabras se las lleva el viento, pero decime papa frita, si lo que te pido está por escrito, ¿por qué catzos sos incapaz de darle pelota? ¿Cuántas veces tengo que repetir la frase “como te dije en el mail anterior” sin sentir que escribo en ruso, o que soy una boluda a cuerda?

Lujuria
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Gula
Tengo problemitas con la ingesta de dulce de leche en raciones humanas. Ya lo he dicho: el record de velocidad en hacer desaparecer un kilo del bendito potaje es mío, y no me lo saca nadie.
No sólo le pongo dulce de leche a los postres Ser (decime ¿para qué compro un postre light si le voy a mandar una cucharada de DDL encima?), al helado, a las frutas (dícese de manzana verde, mandarina, banana y la mejor de todas: frutillas) sino a las tortas que ya vienen con DDL, chocolate y otras cosas empalagosas.
Porque nunca es suficiente dulce de leche.
Necesito una intervención de Dulcedelecheros Anónimos ya mismo.

Soberbia
Desde que tengo uso de razón llevo a la autoestima medio a la rastra, por lo que no puedo jactarme de mucho. Peeero, ¿saben qué? MI hijo es el MÁS MEJOR de todo el universo.
Y después de decir eso, también podría agregar que soy la madre más original de la historia humana.

Pereza
Cuando era niña me rehusaba a dormir la siesta. Hoy le tiraría de las colitas a esa misma niña, por desperdiciar tanto sueño. Mi reino por unas horitas de modorra diaria. Y por despertarme después de las 10, y dormir 12 horas de corrido como en las viejas épocas.
Dormir es mi anhelo más profundo desde que tuve un hijo. Y lloro pensando que, en breve, va a haber otra criatura gritona en la casa impidiéndome pegar un ojo en toda la noche.
Mi hijo está quince minutos a los gritos porque yo soy incapaz de mover mi masa corporal de la cama cada mañana. Odio madrugar (lo que sucede si me despiertan antes de las 9). Nunca voy a entender a la gente que se levanta a las 7 am un sábado, o a la que pone el reloj dos horas antes para prepararse antes de salir. Con tal de tener cinco munitos más de sueño, te duermo vestida, maquillada y con la cartera en la mano.
Por eso, felices los que duermen a pata suelta, porque de ellos será el reino de los sueños.

Avaricia
Este vicio no se relaciona con la plata, sino más bien con la acumulación innecesaria de objetos inútiles de todo tipo. En un futuro temo aparecer en ese programa horrendo que se llama acumuladores o algo así. Porque mediante la frase "esto me puede servir más adelante" me lleno de porquerías que jamás en la vida usaré, pero tampoco puedo tirar. Últimamente colecciono tarros de vidrio. Están todos vacíos en un placard, ocupando espacio. Pero ya los voy a usar, aunque los tenga que rellenar de pelusa.

Envidia
Envidio profundamente a la gente que va por la vida sin que le importe un pito la opinión ajena. Con el tiempo aprendí a restarle algo de importancia, pero como dije antes, como mi autoestima viene a la rastra desde que la tengo, siempre me costó hacer y decir sin pensar en el qué dirán. Y me torturo. 
Por ejemplo: conozco a alguien, entablo una conversación semi humana (no soy un as de la charla) y cuando esa persona se va estoy todo el resto del día analizando cada cosa que dije, o que no dije, recordando cada vez que me puse colorada (porque encima me sonrojo por todo), y siempre llego a la conclusión de que la gente debe pensar que soy medio tarada.
Por eso, a vos, que decís cualquier burrada y no se te mueve un pelo. O que salís por la vida vestida como para ir a un baile de disfraces, ponele, a vos, te odio. No porque quiera ser una burra, o una ridícula, sino porque la carencia de autocrítica sólo me recuerda el exceso que llevo a las espaldas.

¿Y usted? Se abre el confesionario. 
Acá nadie lo va a mandar a rezar un padre nuestro al final. Es más, seguro que terminamos aplaudiendo sus vicios. Lo escuchamos atentamente.
   

postales de paz

El viaje de vuelta estuvo cargado de tristeza. Esa tristeza singular que nace del tiempo que sabemos bien aprovechado, palmo a palmo, con los ojos perdidos en el ruido de un arroyo, en las manos sucias de un hijo, en la respiración pausada de ese que siempre anda por la vida rapidito.
Esa tristeza del volver a la ventana que sólo sabe dar a otras ventanas. Tristeza gris, monónota; de ciudad que encima llueve. La muy pedante.
Y aunque en las venas me corre un poco de cemento. Y aunque no concibo una vida alejada de este ruido infame de bocinas, de caras de culo a granel, de lucecitas a toda hora, qué bien vienen las cuotas de otro mundo. Como globulitos homeopáticos de paz. 
Un tratamiento de sólo cinco días. Y volver alegre, y tranquila, y triste al mismo tiempo. Después de haber saludado a los pajaritos que nos vinieron a despertar todas las mañanas, al arroyito que nos enfrió las manos y nos calentó un poquito el alma, a los animalitos que solemos ver desde la ventanilla, ahora pastando por ahí en el "patio". 
Volver, después de haber tenido todo el día, completo, para mí, a esos dos atorrantes que hoy veo de a ratos. 
Volver, pensando en regresar. A la casita de las sierras. Al arroyito. 
Ya será. 
Mientras tanto, me quedan los recuerdos, y algunas postales. De la calma, de la felicidad. Esa cotidiana. De las cosas chiquitas.
La única que vale la pena. 

espiando la infancia televisada

Ser madre no sólo es educar, poner límites, comer sobras y aprender a taparse las manchas que el pibito se encarga de hacerte siempre cinco minutos de salir. También tiene momentos mágicos, como compartir un rato de televisión.
No voy a salir con "en nuestra época la televisión para niños era mejor" porque me acuerdo de la boluda de Xuxa y de la caradura de Patsy (que hacía lo-mis-mo que Xuxa pero made in argentina, pedazo de chorra) y me sacaría las córneas con una cucharita de té. 
Pero en estos días de vacaciones, en los que estuve sentada más de la cuenta frente a canales como Disney Junior y Baby Tv (porque no, a hijo no le gustan los mismos dibujitos que a mí. Mirar Bob Esponja o Pucca no hubiese sido problema y de pakapaka sólo los Chikuchis, es un dictador el enano) me surgieron algunas preguntas/reflexiones.

- ¿Por qué Mickey habla en ruso? Si no, explicame qué es la frase que inicia su programa  "Mishka, Mushka, Mickey Mouse", que incita a repetir como un mantra. Esto en la guerra fría no pasaba.
- Yo recuerdo a Mickey y sus amigos, todos crecimos con el ratón de voz alla Buonanote. Lo que no recuerdo es que fuera taaan goma. Otra cosa que no recuerdo es que Daisy fuera ¡tan trola!
- Los programas donde el niño debe responderle a los personajes, que se quedan mirando la pantalla como estúpidos durante dos o tres segundos, es uno de los peores inventos de la humanidad. Cuando el niño no contesta, porque no sabe hablar ponele, se produce un silencio de esos que sólo pueden reproducirse en un ascensor al que subieron dos vecinos que no se bancan. Y cuando el niño sabe contestar, a los dos minutos entiende que en realidad nadie lo está escuchando. Basta de dibujitos interrogadores. La próxima vez que Dora la exploradora me pregunte por qué camino debe ir, voy a gritarle que se consiga un GPS y me deje de joder.
- No sé a qué psicopedagogo se le ocurrió que cada dos palabras en castellano metan una en inglés para que los pibes vayan aprendiendo la lengua del imperio desde chiquitos. Evidentemente a un spicopedagogo del imperio. Ahora, el pibe ¿aprende algo además de cómo parecer un poco esquizofrénico? ¿O después anda por la vida hablando como un latino ilegal residente en los EEUU?  Hola don Pepito, hello don Pepito! Si Gaby, Fofo y Miliky vieran esto se arrancarían la nariz de payaso a mordiscones entre ellos.
- Debe haber algún estudio al respecto, y debe tener que ver con la educación temprana de nuestras niñas para que sean futuras mujeres reventadoras de tarjetas de crédito. Si no, decime por qué el 80% de las publicidades son de juguetes para nenas. Entre ellos, el shopping de las Pin y Pon, las mil cositas de Barbie, las princesas, y las valijas de maquillaje de Juliana (que hace unos avisos que dan miedo).
- Y además decime en qué universo paralelo a una nena le puede gustar una muñeca diabólica a la que se le enciende la cara.
- Entre otros juguetes vi uno que no pude encontrar en youtube, pero se trata de un juego de mesa para toda la familia, consistente en un perro al que le ponés cosas por la boca... y ¿adiviná por dónde le salen? No sé cuál es el objetivo del juego, y quién gana. Pero tampoco quiero averiguarlo.
- Y por último, quiero tomar lo mismo que los que hacen los programas de Baby TV. En serio. Si en ese canal hicieran antidoping antes de entregar el material, no queda nada...

Y usted, que miraba a Carozo y Narizota, que ahora dan las noticias, y se le eriza la peluca cuando Panam le canta a un cangrejo cuya principal característica es hacer caca frente al resto... ¿qué ha visto de esta TV para la niñez moderna que le llamó la atención? Cuente, así hacemos catarsis de entre todos. Que acá no va a venir ningún pequeño imberbe a retrucarnos que todos esos comentarios sólo podemos hacerlos porque ya estamos viejos y chotos.

yo quiero mi medalla

No hay nada como mirar los juegos olímpicos, desparramada en el sillón, comiendo un muffin de chocolate, en pantuflas, mientras se hacen comentarios tales como "saltó demasiado pronto", "ese yankie es un muerto", o "con Cachito Vigil esto no pasaba". 
Y no es que repentinamente una se haya convertido en una experta alla Bonadeo; una, que tiene menos deporte que la revista Living. Es que una podría llevarse varias medallas, si en los juegos olímpicos se reconocieran disciplinas más mundanas, que exigen capacidades singulares, pero que nadie reconoce.
Porque, si pensamos un poco, todos podemos ganar una medalla de oro. Porque todos escondemos una capacidad innata que nos caracteriza, que nos eleva sobre el resto de los mortales, y nos hace únicos. Como Michael Phepls, pero sin músculos, y con un poco menos de cara de nabo.
Por ejemplo:
- Mi vecina de arriba tiene el récord olímpico en "lanzamiento de objetos contundentes al piso". Y es campeona universal en "arrastramiento de muebles pesados". Una gla-dia-do-ra.
- En la categoría "vaciamiento de potes de dulce de leche a velocidad" soy insuperable. Pero también me destaco en "carrera desorientada y extravío por las calles de Buenos Aires y alrededores", y "emanación de lágrimas por cualquier pavadita", entre otras tantas. Soy una atleta completita... 
- Mi madre tiene el récord mundial en "envío de mensajes de texto incomprensibles", "lanzamiento de comentarios culpógenos a la progenie" (en esta disciplina está cabeza a cabeza con mi suegra) y "resistencia a las opiniones ajenas".
- Mi cuñada se lleva el premio en "disparo de comentarios desubicados en almuerzos familiares" y es velocista en "colocación de cara de culo al piso".
- Mientras que Concubino, se lleva el oro en remo y "natación en pileta de Nutella en reuniones aburridas"; además tiene especial capacidad para el "giro olímpico cual calesita antes de salir de la casa" y "resistencia en posición de potus frente al televisor".
Y usted, querido lector, ¿en qué disciplina se destaca?
No sea humilde, y reclame su medalla.  

the sillita gate

Trato de no discutir con mi madre. Treinta años de clases intensivas de chocar con una pared de sordera, me han enseñado que la mayor parte de las veces es preferible decir "tenés razón" o directamente hacer silencio, a gastar las energías vitales en querer hacerle entender algo a una persona que cree que su cosmovisión es la única posible. Y que los demás somos todos medios opas. 
Desde cuestiones políticas a temas tan triviales como explicar que un xilofón para un niño de 6 meses es tan divertido y tan seguro como chupar un clavo oxidado (y el niño encontraría más diversión en el clavo), llevarle la contraria en algo es una tarea titánica.
La última batalla se está desarrollando alrededor de una sillita. 

No sé de dónde sacó, mi madre, que existe una tradición familiar por la cual "cada uno tiene su sillita" (de esas que en general vienen acompañadas con mesitas ad hoc y donde los niños hacen que toman el té o pintan). 
ELLA es la que tiene sillita. Y un día, en plena adolescencia, me encajó un banquito a mí, imposible de rechazar, por estar pintado con sus propias manos. ¿Para qué catzos podía querer un banquito a los 17 años?
Mi hermano nunca supo de sillita.  Por lo que, o no es considerado parte de la familia, o la tradición hace agua por todos lados.

La cuestión es que cada vez que puede, mi madre, me dice que le va a comprar LA sillita al Chino. "Porque todos tienen su sillita".
A esta altura del relato me tiraría por la ventana con tal de no soportar la frase antedicha una sola vez más. Pero tengo deberes de madre.
Le expliqué que no tengo lugar donde poner la sillita, gracias a ella misma, que antes de esta batalla se empecinó en traer un caballito del tamaño de un pony para que el niño lo montara (el niño, con 9 meses, lloraba a mares cada vez que veía al susodicho caballito del demonio). 
Le dije que el niño no sabe cómo carajo se usa una sillita, y que se va a romper la crisma.
Le dije que una sillita sola es un embole para cualquiera, que debería tener su mesa. Y que si no me entra una sillita menos me va a entrar el jueguito completo.
Finalmente le dije que si se aparecía con una sillita en mi casa la iba a usar de madera para un asado.

Pareció entender. O me dejó creer que entendía.
Porque un domingo de estos que pasaron, fuimos a almorzar a su casa. Y cuando abrimos la puerta, en el medio del comedor, desubicada como vegetariano en Siga la vaca, ¿qué había esperándonos? Una sillita. 
No la compró, era su sillita. 
Su idea era corroborar ante los ojos del resto, los opas que no saben nada de la vida, que el niño se iba a divertir un montón con la sillita.
¿Y qué hizo el niño?
Miró la sillita, se subió a la sillita, y se balanceó hasta caer como una bolsa de nabos de la putísima sillita. 
Y con esto, ¿corroboró mi madre que el niño aún no está en esa etapa de su desarrollo que le permitiría, al menos sin matarse, seguir la tradición familiar inexistente?
¿Eh?
¿Qué creen ustedes, queridos lectores?
Al ver al niño desparramado en el piso y llorando, mi madre, toda comprensión, exclamó:
- Y claro, no sabe cómo usar la sillita... ¡porque no tiene ninguna!

Si me pego un corchazo, cualquier día de estos, no se pregunten por qué.