lo pedís, lo tenés...

Como este blog es democrático y respeta el voto de las mayorías...

Y como con Concubino nos caracterizamos por ser muuuy prolijitos...

VAMOS A TENER UNA NIÑA!!!!!

Ahora se viene la búsqueda del nombre. Y refrenar mis ganas de salir ya mismo a comprar vestiditos...

que salga por lotería Nacional, y chau picho!

Llega la hora maldita, y nos rehuímos la mirada. Si no te miro, y no me ves, nadie pregunta. Pero el escape no dura mucho. Los estómagos llaman, más que preguntar rugen. Y entonces alguien lo dice, porque hay que decirlo. A no ser que tengas un plan. 
Nunca hay un plan.
¿Qué comemos?
Y se arma la podrida.
Porque a vos lo único que se te ocurre hacer son fideos, o vos podrías comer pizza todos los santos días.
Que no tengo ganas de cocinar, pero menos tengo ganas de pedir
¿Y entonces?
Terminamos en el arroz con manteca, los fideos con salsa o las sobras de la semana pasada... Y así no se puede.

Hay que tener un plan. 
¿Se puede tener un plan?
¿Se puede planificar la comida de toda la semana para no caer en el momento crítico del "qué comemos"?
¿Hay gente así de precavida y organizada?
¿Puedo ser YO tan precavida y organizada?
¿No me aburriría ser tan precavida y organizada?
¿Y si hago 14 papelitos con platos diversos y lo que se come sale por sorteo?
Para eso necesito 14 platos. Bueh, ponele que son menos, porque al pobre niño lo hago almorzar polenta cada dos por tres.
Ponele que hay que pensar una x cantidad de platos, fáciles y ricos. Y ponele que los anoto todos, y después hago el sorteo semanal.
¿Puede funcionar?
 
Necesito pensar en los platos.
Necesito ayuda.
¡Ayuda!
 
Lo dicho: qué difícil es ser precavida y organizada, caraho.

quede como una reina, usted que es una poligrilla

Me gusta comer rico. Y me gusta cocinar. Cocinar, que no es lo mismo que hacer la comida.
Entonces llega ese momento del día, tremendo él, oscuro, aterrador (?), cuando surge la pregunta "¿qué comemos?", y mi cuerpo y mi mente se debaten entre el cansancio de comer otra vez fideos, o tarta, o arroz, y el cansancio de hacer algo más elaborado.
Por suerte hay platos como el que sigue. Fáciles, ricos (muy ricos), e incluso aptos para hacerle a algún invitado.  Y quedar de maravilla, sin haber sudado la gota gorda. Anote Mirta, yo sé lo que le digo.

Pollo al verdeo
Agarre el pollo que tenga por ahí, o haya comprado para la ocasión. Yo tenía trozos, con hueso y todo, pero puede usar pechugas sin hueso, o incluso daditos (la cocción será más rápida). 
Tírele sal, pimienta y un poco de ralladura de limón por los dos lados, y déjelo en la heladera mientras corta las cebollitas de verdeo (entre 6 y 10), una cebolla común, y pela dos dientes de ajo
Caliente una sartén y meta un pedazo de manteca y un chorro de aceite. Dore el pollo de todos lados, bien dorado. 
Cuando el pollo esté doradito, tírele las cebollas y los ajos enteros. Y una vez que las cebollas se pongan tiernitas, eche vino blanco hasta que el pollo quede semi hundido.
Huela. Mmmm.
Baje un poco el fuego y deje que todo hierva. Si se queda sin líquido, tírele caldo
Cuando vea que el pollo está listo y todo nada en una salsa medio oscureli, tírele crema de leche
Los ajos los puede retirar al servir (o avisarle a su marido de la existencia de los mismos, y luego escuchar "eso no era una papita! me comí un ajo entero".)
(Las papitas eran "papas rústicas" -tomá pa'vo'- o sea, papa con piel y todo, hecha al horno.)
La ley del menor esfuerzo.








corazón

un corazón limpio y sonriente
suena a cascabeles

un corazón remendado
que ahora late más tranquilo

32 tamborcitos a lo lejos
sonando cada vez más cerca

muchos corazones al mismo ritmo
haciendo lo que mejor saben:
poner las cosas en movimiento
 
  
 

 

el gremio de Rulo

Rulo es ese ser humano que aparece en nuestras casas ante una llamada de auxilio porque: nos llueve en el living, explotó la instalación eléctrica, el inodoro se convirtió en una fuente romana, nos quedamos sin lavarropas, hay que instalar un artefacto... 
Y no importa a qué rama del arte de arreglar/instalar/acondicionar se dedique, aunque lo desconozcamos, Rulo pertenece a una secta que nació en el medioevo y sigue a rajatabla un código de conducta estricto; una serie de leyes que ha jurado respetar hasta la muerte (en el 90% de los casos, producida a manos de sus clientes). Por eso, no importa si plomero, gasista, electricista o cerrajero, Rulo hay uno solo.

- Si Rulo fuera médico, Rulo se la pasaría diagnosticando enfermedades terminales, aunque tengas una gripe de morondanga. Llamás a Rulo para que cambie una lamparita. Eso creés vos, que sos un ignorante y no sabés que la lamparita "se quemó porque hay un cable del año 20 que hace masa con uno del año 63 y es imprescindible cambiar todo", o te caerá la AFIP y te meterá preso por contrabando de instalaciones eléctricas antiguas (?). Menos mal que está Rulo para salvarte.

- Y después del diagnóstico, Rulo anuncia su solución, que siempre es la misma: hay que romper. Así como el chico de sistemas lo primero que hace es apagar todo y volver a prenderlo, Rulo rompe. Porque Rulo, en el fondo de su corazón, más que arreglar cosas, ama romperlas.
 
- Rulo es veloz, hasta que empieza el trabajo. Rulo diagnostica el problemón y promete arreglarlo en menos de lo que canta un gallo. Lo que no aclara Rulo es que el gallo se quedó mudo hace una década y hay que enseñarle a cantar de nuevo. Entonces, un día, te levantás, vas a la cocina en pantuflas, y te encontrás a Rulo desayunando con tu marido y tus hijos, como un integrante más de la familia.

- Así como Rulo tiene una concepción del tiempo diferente a la del resto de los mortales, sus presupuestos se acomodan a una lógica que ningún economista en toda la historia de la humanidad ha desentrañado jamás. Es por eso que Rulo te puede cobrar 500 pesos por apretar una tuerca, y 1000 por cambiar todos los caños de la casa. El valor de "la mano de obra" es un misterio sólo comparable a la existencia de OVNIS o la autoría de las líneas de Nazca.

- Rulo es exhibicionista. Rulo gusta de usar pantalones anchos, que dejan al descubierto sus partes traseras. Partes que una no querría ver ni en sus peores pesadillas. Pero si Rulo no muestra la raya, no sería Rulo.

A este blog lo lee gente que vive en parajes exóticos (?) y países del primer mundo en los que Rulo quizás no exista. Porque hasta donde sabemos Rulo es autóctono, nacional y popular.
Y usted, ¿tuvo la suerte de cruzarse con Rulo alguna vez? 
Si es así, cuente su experiencia, y ya que está mándele saludos, y dígale que me sigue lloviendo el techo de la cocina. Pero que no se haga drama, que yo lo espero. 

 

en cinco minutos me tomo un té

Y te hago un budín. 
Y un post de lunes con un poco de todo, que para algo esto se llama rara mezcla.

1.  ¡Un ansiolítico a la derecha!
Parece que el tema del sexo de porotx me llegó a lo más profundo de la psiquis (?) y ahora también sueño con ello. En realidad no me muero porque sea niña o niño, le encuentro muchos pros a ambos, pero la duda me car-co-me.
En el sueño era nena. Pero en el embarazo anterior mis poderes oníricos anunciaron exactamente lo mismo, por lo que, viendo al muchacho que se cuelga de mis piernas para mirar videos de los Backyardigans en este momento, podemos afirmar que de pitonisa me muero de hambre.

2. Y hablando de hambre
Te soluciono la merienda en cinco minutos. Anotá Carlota*, que no cualquiera te resuelve la vida en tan poco tiempo. 

Budín de miel  
Ingredientes: 
Harina 0000 250 g 
Azúcar 100 g 
Bicarbonato de sodio 1 cda (yo no tenía así que le encajé polvo de hornear)
Leche 220 cc 
Miel 6 cdas

Mezclás los secos. Agregás la leche, luego la miel. Revolvés. Y mandás a un molde enmantecado y al horno suave por 45 minutos (o lo que tarde en quedar hinchadito y dorado)
Y te queda algo como esto:


*En este mismo acto pedimos que vuelva "Cualquier verdura" a las canchas, que nos hacía comer rico y sano. Carloooota, volvé!  


3. La merienda blogger
Finalmente el encuentro blogger se ha reprogramado para el 16 de este mes. Es decir, el sábado que viene, por la tarde. Ya hay varias confirmadas (de las que no daré datos para que no les agarre miedo escénico). Por lo que, aquella que se quiera sumar a tan respetable tertulia, que levante la mano (enviando un mail a ciberviviendo@gmail.com o por el canal que más le guste, que hay muchos).

Por ahora, eso es todo para este boletín.   

¡pero si es una nena!

El otro día, mirando de reojo la televisión mientras revisaba los mails, me sorprendió la nueva publicidad de una empresa que brinda servicios de internet y telefonía. Digo me sorprendió, pero me quedo corta. Lo que me llamó la atención fue una imagen paticular, que me llevó a ver la publicidad completa, y exclamar algo irreproducible en el horario de protección al menor. Porque, después de todo, de eso se trata este post. De la protección de los niños, la que deberíamos darles los adultos, para que justamente puedan vivir esa etapa de sus vidas con plenitud.
En la publicidad, la nena realiza casi el mismo spot que anteriormente protagonizara la modelo Julieta Prandi, cuyo mayor aporte a la humanidad es el latiguillo "Tooodo". Y digo casi porque, a diferencia de Prandi, la niña, que no debe llegar a los 11 años, está mucho más maquillada y muestra supuestas fotos de su Facebook, en la que la podemos ver posar en bikini, como si fuera una modelo. Una modelo adulta. Una modelo sexy. Como Julieta Prandi (la "nena" de Francella, ¿recuerdan? Esa que era deseada por el padre de su amiguita, en un sketch que la hizo famosa).
La niña de la publicidad imita el spot de Prandi, como haría en el living de su casa, jugando. La diferencia es que acá no juega. Trabaja, y trabaja para vender. Ocupa el mismo lugar de la modelo sexy que te vende un servicio de internet, o una pasta de dientes, da lo mismo. Lo que reproduce no es el libreto de un spot, sino toda una concepción sobre el cuerpo de las mujeres y de las niñas, sobre su lugar en nuestra sociedad, sobre su sexualidad y su sexualización cada vez más temprana. Repite un libreto en el que parece que el único papel al que puede aspirar es al de convertirse en objeto de deseo. No importa que sólo sea una nena. 

    



cotidiana

Explicar el cansancio sin que suene a reclamo, o a queja. 
No el cansancio de agitación y sudor después del gimnasio. O esa pesadez en los ojos por haber dormido poco. Poder explicar ese cansancio que se acumula en el pecho, y en la cabeza, y que pesa dos toneladas cada vez que hay que levantarlo a la mañana, para seguir. 
Porque inevitablemente hay que seguir. Porque no importa el dolor de hace más de tres días seguidos. El niño de la cuna no entiende de migrañas. O de embarazos más sintomáticos que otros.
Sí entiende de embarazos. Entiende con el cuerpo. Con el llanto prolongado por cualquier cosa. El berrinche que no hizo jamás. A vos, que sos la madre. Y es con vos y con ningún otro. Porque el embarazo es tuyo, en tu cuerpo, que hasta ahora era de él, y te lo hace saber. Te lo recuerda a los gritos. En tu cabeza. Esa que late con un simple susurro.
No me quiero quejar. Siento que no tengo derecho a quejarme. Lo que sí tengo es suerte, mucha. Muchísima más que otras mujeres. 
Y sin embargo estoy cansada. Y no puedo tirarme a mirar el techo, como tan inocentemente me recomendó el obstetra. Porque hay un niño en la cuna que me demanda, y después hay trabajo, y hay que hacer la comida, y ordenar los jueguetes mil veces al día. 
Y hay un marido. Un marido que llega después de lo que parecen mil horas, y pide una sonrisa. Con razón. Porque del otro lado de la puerta hay un mundo que desgasta, que enloquece.   
Pero la sonrisa no llega. Lo que llega es el silencio. Porque no querés quejarte. Del dolor, del niño que (te) llora, que se cae, que se lastima. De la ropa que ya no te entra, de lo sensible, de lo embarazadísima que estás.
Y no decís nada. Sólo pensás en hacer la comida, e intentar dormir sin despertarte muchas veces, para no estar tan cansada al día siguiente. 
No decís nada, y es peor. Pero cómo decir sin sonar a lamento, a queja. 
Que estás cansada. Que no tenés ganas. De nada. 
De nadie. 
Ni siquiera de vos misma. Sobre todo de vos misma.
Explicar este cansancio sin que suene a queja. Y seguir adelante, como cada día.