Explicar el cansancio sin que suene a reclamo, o a queja.
No el cansancio de agitación y sudor después del gimnasio. O esa pesadez en los ojos por haber dormido poco. Poder explicar ese cansancio que se acumula en el pecho, y en la cabeza, y que pesa dos toneladas cada vez que hay que levantarlo a la mañana, para seguir.
Porque inevitablemente hay que seguir. Porque no importa el dolor de hace más de tres días seguidos. El niño de la cuna no entiende de migrañas. O de embarazos más sintomáticos que otros.
Sí entiende de embarazos. Entiende con el cuerpo. Con el llanto prolongado por cualquier cosa. El berrinche que no hizo jamás. A vos, que sos la madre. Y es con vos y con ningún otro. Porque el embarazo es tuyo, en tu cuerpo, que hasta ahora era de él, y te lo hace saber. Te lo recuerda a los gritos. En tu cabeza. Esa que late con un simple susurro.
No me quiero quejar. Siento que no tengo derecho a quejarme. Lo que sí tengo es suerte, mucha. Muchísima más que otras mujeres.
Y sin embargo estoy cansada. Y no puedo tirarme a mirar el techo, como tan inocentemente me recomendó el obstetra. Porque hay un niño en la cuna que me demanda, y después hay trabajo, y hay que hacer la comida, y ordenar los jueguetes mil veces al día.
Y hay un marido. Un marido que llega después de lo que parecen mil horas, y pide una sonrisa. Con razón. Porque del otro lado de la puerta hay un mundo que desgasta, que enloquece.
Pero la sonrisa no llega. Lo que llega es el silencio. Porque no querés quejarte. Del dolor, del niño que (te) llora, que se cae, que se lastima. De la ropa que ya no te entra, de lo sensible, de lo embarazadísima que estás.
Y no decís nada. Sólo pensás en hacer la comida, e intentar dormir sin despertarte muchas veces, para no estar tan cansada al día siguiente.
No decís nada, y es peor. Pero cómo decir sin sonar a lamento, a queja.
Que estás cansada. Que no tenés ganas. De nada.
De nadie.
Ni siquiera de vos misma. Sobre todo de vos misma.
Explicar este cansancio sin que suene a queja. Y seguir adelante, como cada día.
ringgggg error!!!!!!
ResponderEliminarpor experiencia total y plena! perdir un abrazo contenedor, llorar un poco porque las cosas y el cuerpo y la vida te cambia, no es queja !!
no esperes a un día no dar mas y explotar por un viernes 7...porque ahí si va a ser queja, vas a sentir que todo es tarde.
vos tenes que sonreir, por todos...todos se lo merecen y vos mas que todos!! habla con marido, que seguro ayuda y seguro entiende! que no sos quejosa, sos una persona que se tiene que empezar a multiplicar para 4 !!
Mate, yo empezaría por descartar lo no indispensable: abracemos el cuarto recontra enquilombado de juguetes, por ejemplo.
ResponderEliminar¿Cuánto podemos aflojar con el trabajo? O sea supongo que no mucho, pero cada ratito que le ganes a la compu....
Después, no sé, lo del niño supongo que es normal e inevitable, hay que pasarlo y amarlo más cuando menos lo 'merezca', para mantener el equilibrio...
No sé, no sé qué decir para ayudarte.
Coincido con Lila, también, JP te va a acompañar y te va a ayudar a llegar al otro lado del arcoiris, otra vez.
Besos
Gracias Lila. Releo tu comentario y me vulven a caer algunas lágrimas. Porque estoy así de sensible :P
ResponderEliminarA veces me cuesta mucho decir, en lugar de juntar y juntar y esperar que las cosas mejoren solas... Es algo que vengo modificando de a poco.
Ann Tenés razón. En principio debería cambiar el lugar de juegos de hijo, porque su cuarto es chico y la mayor parte del día está en el medio del living... Error.
Y del trabajo hago lo mínimo indispensable (shhh, que no se sepa).
Pero también hay algo que tengo que saber cambiar: la culpa (porque hago lo mínimo indispensable y me siento una inútil!).
Gracias por sus comentarios. Este post lo escribí después de hablar con J (que siempre está ahí, y entiende), pero necesitaba terminar de sacar todo para afuera.
Besos!!