de la corección en los espacios públicos

Por qué habría que instalar el rifle sanitario como medida de paz social

En alguna oportunidad escribí sobre el uso del celular en espectáculos públicos. Eso fue hace dos años (nos vamos poniendo viejos).
Fui víctima de imberbes escuchadores de música por los parlantes del celular en el colectivo, de gente "transmitiendo" un recital por teléfono, de gente que saca fotos con sus aparatitos en cualquier lugar y situación, del típico ringtone en el medio de una obra de teatro, pero lo que me pasó el sábado no me pasó jamás.

Estábamos en el cine y a dos filas de nosotros había una señora bastante mayor, acompañada únicamente por un balde de pochoclos que le darían diabetes instantánea (o un ataque de presión de ser salados) a cualquier ser humano medio.
La señora llegó tarde, seguramente porque se había entretenido comprando la tonelada de pochoclos. Además del consabido balde llevaba cartera, bolsa de cartón y una bebida de esas que le servirían de pileta olímpica a la enana Noelia. No sabemos si pretendía pernoctar en la sala de cine o qué catzos.
Decía que la señora llegó tarde, cargando cuatroscientas cosas, hecho que sumado a su edad no ayudaban en el mantenimiento del equilibrio de su masa corporal. Masa corporal con la que embistió a unos cinco o seis incautos, sentados hacía rato, hasta llegar a su asiento en el centro de la fila -como no podía ser de otra manera-. 
Vamos a dejar de lado que la señora tardó en acomodar sus carnes unos cinco minutos. Lo único que podíamos visualizar desde nuestro asiento era su cabecita y sus brazos moviéndose frenéticamente como si bailara alla Mick Jagger. 
Vamos a dejar de lado los ruidos de bolsa, deglución de pochoclo y el acomodamiento excesivo de vaso en el apoyabrazos, porque la distancia nos amparaba. Nuestro más sentido pésame a los compañeros de fila de la mujer.
Lo que no podemos pasar por alto, y no hay científico galardonado con el premio Nobel a las neurociencias que me lo pueda explicar, es en qué configuración mental cabe la posibilidad de que a la señora le pareciera de lo más normal:
- tener el celular prendido
- tener el ringtone de su celular a todo volumen
- no saber en qué porción de ese universo que consitutían sus cosas había dejado el aparato, por lo que tardó dos minutos en encontrarlo (mientras el celular seguía sonando)
- y una vez encontrado el susodicho aparato del demonio no sólo atender al imbécil que estaba llamando sin parar sino
PONERSE A CONTARLE LO QUE ESTABA PASANDO EN LA PELÍCULA.

Dicho sea de paso. La vieja no sólo se puso a narrarle la trama a su interlocutor al grito de "seh, la estoy viendo, ella le mete los cuernos con el vampiro", sino que hizo oídos sordos a los reclamos y proclamas del resto del auditorio y terminó su conversación como si hubiese estado sentada en el living de su casa comentando la novela mexicana de las 4.

Increíble, pero real.

6 comentarios:

  1. Un día te voy a llevar al cine con mi madre, quien lee los subtítulos en voz alta y con expresión a tono con la escena. Ahí vas a saber lo que es bueno.

    A.

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  2. JAJAJAJA, a su madre le perdonamos cualquier cosa!!

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  3. Ahhh no! No sé quién es A pero podría morir de ataque de nervios por violencia reprimida de encontrarme con su madre en el cine!

    Y tu historia, oh-my-God. ¿Seguro que no era de esos grupos de improv??

    Jaja, besos Mate, seguimos por mail!

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  4. La señora era 100% real, nunguna actriz...

    Y, como dije, a la madre de A. se le perdona CUALQUIER cosa. La bancamos sin excepción. (Pero nunca jamás iremos al cine con ella. ja)

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  5. Para que entiendan el panorama completo de mi madre en el cine, tampoco entiende demasiado la figura de la elipsis cinematográfica. Entonces te pregunta, por ejemplo, si lo que pasó cuando el plano se fundió en el fuego de la chimenea, es lo que ella cree que pasó o no.
    Y así salí señores.. no esperen demasiado. Igual la queremos a la vieja.

    A.

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