...En el baile de
máscaras en que vivimos, nos basta el agrado producido por el
disfraz que vestimos, disfraz que en el baile es todo. Somos siervos
de las luces y los colores, nos deslizamos en la danza como en la
verdad, y no hay para nosotros —salvo si, despiertos, no bailamos—
conocimiento del gran frío de lo alto de la noche externa, del
cuerpo mortal por debajo de los trapos que le sobreviven, de todo
cuanto, a solas, nos parece que es esencialmente nosotros, pero que,
al fin de cuentas, no es sino la parodia íntima de la verdad de lo
que nos suponemos.
Todo lo que hacemos o decimos, todo lo que pensamos o sentimos,
muestra la misma máscara o el mismo disfraz. Por más que nos
quitemos lo que vestimos, no alcanzamos nunca la desnudez, pues la
desnudez es un fenómeno del alma y no de cosas que se sacan. De este
modo, vestidos en cuerpo y alma, con nuestros múltiples trajes tan
pegados a nosotros como las plumas a las aves, vivimos felices o
infelices, o sin saber lo que somos, el breve espacio que nos dan
los dioses para que los entretengamos, como niños que juegan a
juegos serios.
Uno u otro de nosotros, liberado o maldito, ve de repente —pero
incluso éste rara vez lo ve— que todo lo que somos es lo que no
somos, que nos engañamos acerca de lo que está bien y no tenemos
razón en lo que nos parece justo. Y ese que, en un breve momento, ve
el universo desnudo, crea una filosofía, o sueña una religión; y la
filosofía se expande y la religión se propaga, y los que creen en la
filosofía pasan a usarla como indumentaria que no ven, y quienes
creen en la religión terminan poniéndosela como una máscara de la
que se olvidan.
Y
siempre, desconociéndonos a nosotros y a los demás, y por eso
entendiéndonos alegremente, pasamos en las volutas de la danza o en
las charlas de las pausas, humanos, fútiles, serios, al son de la
gran orquesta de los astros, bajo las miradas desdeñosas y ajenas de
los organizadores del espectáculo.
Sólo ellos saben que nosotros somos víctimas de la ilusión que nos
impusieron. Pero cuál pueda ser la razón de esa ilusión, y por qué
ella, o cualquier otra ilusión existe, o por qué ellos, ilusos
también, nos entregaron la ilusión que nos dieron — eso, por cierto,
ni siquiera lo saben.
de Fernando Pessoa, en Libro del desasosiego
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