En mi colegio, una especie de servicio militar encubierto, a partir de quinto o sexto grado nos obligaban a llevar una agenda.
Agenda que uno debía comprar en el colegio mismo (entre otros millones de objetos grises, horribles y decorados con el logo inmundicio de la institución).
Un libraco anillado de dos toneladas que no hacía más que aumentar el peso de una mochila imposible de cargar por un púber imberbe.
El objetivo era enseñarnos el orden, la organización personal.
A ser básicamente, personas eficientes y útiles a la sociedad.
Como otros tantos aprendizajes, ese te lo debo.
Mi agenda decía cualquier pavada. Estaba llena de dibujos, papeles, servilletas con las que se había limpiado las fauces el chico que me gustaba, boletos de colectivos capicúa.
Una verdadera porquería.
Yo siempre confié en mi memoria. Y me iba bastante bien.
Hasta que a la señorita se le ocurrió rebelarse. Y ahora, se hace la selectiva.
Hoy puedo recordar estupideces de toda laya (como la lista completa de 5to grado A), pero no me preguntes qué tenía que hacer en el día, porque no tengo la más mínima idea.
Por eso, ahora me compro agendas.
Agendas muy lindas, maleables, coquetas. Livianitas.
Agendas que lleno de pavadas: de papelitos con números telefónicos que después no recuerdo de quién son; de entradas de teatro; de garabatos que hago mientras hablo por teléfono.... de ideas brillantes que nunca llevo a cabo (porque no son taaan brillantes).
En fin, agendas que son absolutamente inútiles.
Por suerte dejé de recolectar servilletas roñosas.
Algo es algo. ¿No?
yo empecé a usar mini agendita hace un par de años y está muy bueno, sino outlook y a otra cosa...
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