casa tomada

No pasa cuando te mudás, porque estás demasiado cansado para sentirlo.
Tampoco cuando comprás un mueble nuevo, o cuando colgás las fotos digitales que imprimiste después de cuarenta millones de años.
Quizás vivas ahí desde hace mucho. Y hayas cambiado todo de lugar mil veces: porque te aburre, o hay algo que falta, o que sobra, o que inevitablemente te tragás con el dedo chiquito del pie cada vez que le pasás cerca.

No sé cuándo pasa. Puede ser una mañana cualquiera. Ese día, caminás por tu casa y la luz que entra por las ventanas te mira diferente.
Respirás hondo y sabés que podrías contestarle a cada ruido que viene de la calle, a los zapatos de taco de la vecina de arriba, al bebé de enfrente que todos los días duerme un poco más.
Y reconocés parte de tu vida susurrando en ciertos rincones, esos que mirás con cariño, como si se tratara de buenos amigos.

Ese día, que también puede ser un lunes, volvés del trabajo, abrís la puerta, y tu casa se convierte en otra cosa.
Yo le llamo hogar. Vos, decile como quieras.


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Morkelik nos mostró la casa de Rubén, que como se ve, no es una casa. Y dio origen a este post.
(Así que cualquier reclamo se lo pueden dirigir a ella.) 


  

2 comentarios:

  1. asi es! y te cuento algo mas: en la casa de ruben muchas veces, cuando entras, hay olor a torta, a galletitas, un olor que te remite a las tardes de sabado en la casa materna (al menos a mi)... eso es, definitivamente, otra cosa.

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  2. ¡No hables más de la casa de Rubén que me voy a aparecer de zopetón a tomar mate aunque ni sepa quién soy!

    Es verdad lo del olor a torta. A mí me pasa lo mismo.
    ¡Qué lindo!
    Definitivamente eso no es una casa...

    un beso!

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Piiiiiiiip