Juntar, rejuntar, amontonar. Llámelo coleccionar, si le quiere dar visos de elegancia a su manía de acopiar cualquier basura que encuentra por ahí, y que sigue guardando durante años sin saber bien para qué, pero que se niega rotundamente a arrojar al incinerador porque "le da cosita".
Si me remonto el las aguas del tiempo (?) me doy cuenta que el que rejunta se hace basusrero de chiquito. Al ir avanzando por el camino de la vida en algún momento se encontrará con una bifurcación, y allí deberá elegir: entre seguir apilando porquerías o dedicarse a alguna otra cosa (igual de inútil, no se haga el interesante).
Yo, definitivamente tomé el camino de la recolección.
Algunas de ellas:
Figuritas: de
Raimbow Brite y Frutillita. Algunas de estas últimas venían con olor (que a veces reconoczco en el perfume de ciertos locales de ropa) y por eso valían más en el intercambio. También recuerdo las Basuritas, aunque las autoridades de mi colegio las prohibieran (por lo que constituían una especie de mercado negro escolar, toda una rebeldía a los 10 años).
Stikers. Nunca en la vida utilicé ninguno de los stikers de la colección, que quedaron pegados en el álbum fabricado a tal fin. Los más valiosos eran los de felpita, que además se pegaban y despegaban con más facilidad que los truchos (esos que dejaban resabios de papel por todos lados).
Papeles de carta. Recordé esta colección gracias a una
amiga de la casa. Como sucedía con los stikers me daba lástima usarlos. Y, cuando me dejaron de dar lástima, ya nadie mandaba cartas (y menos con la cara de Hello Kitty). Por eso todavía conservo algunos, que le legaré a mis hijas (?)
Chupetes. Esto más que una colección era una moda horrenda. Se trataba de unos bodoques de plástico de diverso tamaño y color (con forma de chupete) que las niñas se colgaban en el cogote cual cencerro. Cuanto más chupetes, más piola eras, supongo. Una verdadera porquería.
Tarjetas de boliche Ya estaba grande. Ya iba a bailar y me juntaba en un local de comidas rápidas para hacerme la tarjetera. Hacerme digo, porque lo único que hacía con las tarjetas era guardarlas. Aún las conservo. Hay algunas con unos diseños muy buenos, y hay algunas que la verdad son un vómito. Pero de tirarlas ni hablar.
Cajas de cigarrilos No sólo ya era grande, sino que había comenzado a fumar. Tengo una caja llena de cajas de Camel, de esas de edición limitada. No las puedo tirar porque me gustan, pero tampoco las exhibo ni mucho menos. O sea, no sé para qué las tengo.
Entradas y programas. Las entradas de cine dejaron de tener sentido, porque ahora son todas iguales, pero sigo juntando las de teatro, recitales y demás eventos. Soy la que estorba siempre al grupo al grito de "guardame el programa". La joya de mi colección: el programa de Drácula firmado por sus protagonistas. Lo veo y se me caen las lágrimas.
Monedas y billetes. Una colección que da lástima, por lo escasa, pero que aumento cuando puedo. Ahora ando en busca de las del bicentenario. Las joyas: una moneda cubana con la cara del Che, un billete de plástico brasilero, y una (creo que) oriental que tiene agujerito en el medio.
Postales. De esas que se dan gratis en los restaurantes. Podría empapelar una pared con todas ellas. Pero no, como todo el resto, están perfectamente guardadas en una carpeta.
Y así sigo, juntando, recolectando, amontonando.
Inútilmente, pero con pasión (que es lo que cuenta).
Y usted, ¿qué camino tomó cuando niño? ¿El del rejunte indiscriminado de porquerías? ¿O del otro lado de la pila: ese lugar más desierto y más monótono... pero mucho más fácil a la hora de las mudanzas?
Cuente sin tapujos.
Soy Mate: lo escucho.
(Nota: tanto el contenido del presente post como su remate no serán utilizados por los lectores maliciosamente para tratar a la que suscribe de vieja chota. Un poco de respeto por sus mayores, caracho.)