la peor madre del mundo

Mi mejor amiga tenía la peor madre del mundo.
No es que la maltratara o no la quisiera. El problema era justamente el contrario: la mujer estaba convencida de que su hija era perfecta. Sin ambigüedades ni metáforas: per-fec-ta. 
Sé que mi afirmación puede sonar ridícula, pero por experiencia conozco los desajustes mentales que produce el deber permanente de llegar a la perfección. Lo sé porque mi madre compartía esta convicción, pero la madre de mi mejor amiga estaba mucho más loca.
Con los años y los golpes uno termina aprendiendo que es posible equivocarse y el mundo no se termina. Que, aun haciendo las cosas bien, se puede quedar en el anonimato o ser del montón. Y el planeta sigue girando.
Pero hacen falta años. Y muchos golpes.
En estos días de bicentenarismo, gritos de libertad, escarapelas al viento, versiones del himno en ritmo de cumbia, rock pesado o percusión con botellas rellenas de chapitas, no puedo más que recordar los actos del colegio: esos eventos en los que madres y maestras sacan a relucir su idoneidad como directoras de teatro o de orquesta, y que obliga a los pequeños a demostrar dotes actorales y/o musicales de las que el 90% de los susodichos carece.
Y en esos actos, la primera imagen que viene a la mente no es la mía, sino la de mi amiga, y su madre.
Su madre que creía ver en la niña a la próxima Andrea del Boca, y se había instalado una carpa en el patio del colegio para salir en su defensa ante el más mínimo atisbo de que sus talentos no fueran debidamente reconocidos por los maestros.
Como dije, mi madre no estaba tan loca. Es cierto que iba por la vida diciendo que yo servía casi para cualquier actividad (desde actuación hasta salto con garrocha) y me hacía ensayar mil veces la letra (aunque ésta se limitara a gritar “viva la patria”) pero nunca se le hubiese ocurrido ir a hablar con la maestra porque no me daban un papel protagónico.
La madre de mi mejor amiga sí. Y lo conseguía.
Entonces era su hija la que gritaba primero “viva la patria”, cantaba el solo, o tocaba el redoblante en primera fila.
Era su hija la del mejor disfraz. Ese con miriñaque de verdad, mantilla y peineta, que salía dos millones de dólares.
Era su hija la que ostentaba joyas reales, aunque hiciera el papel de aborigen, o la que estaba pintada como una puerta, más parecida a una vedette de la calle corrientes del 1800 que a una dama antigua.
Y mientras los demás niños abrazaban a los espectadores emocionados, entre felicitaciones por haber dicho “empanadas calientes” con tanta gracia, siempre era su hija la que salía llorando.
Porque se había olvidado la letra, porque había desentonado, porque la habían aplaudido poco.
En fin, porque no había sido perfecta. Como quería su madre.
La madre de mi mejor amiga, que en ese momento, era la peor madre del mundo

3 comentarios:

  1. Que buen relato Mate, yo también tenía una amiga con esa madre... una vez le alquiló un disfraz tan elaborado (bailábamos samba brasilera) que la maestra le dijo que lo cambie porque no sólo desentonaba con el resto (colegio público, disfraces hechos por abuelas/madres) sino que ERA HORRIBLE.

    Hizo un escándalo que jamás olvidaré.

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  2. AAAYYY!!! Después uno se apena por los chicos huérfanos!!
    Somos muchas las que tuvimos una madre que no nos vio ningún defecto...

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  3. me reconforta ver que mi mama no es la peor de todas, asi de egoista me levante hoy...

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Piiiiiiiip