Reeblock (o filosofía de la zapatilla)

Me quiero comprar un par de zapatillas. No las necesito, tengo varios pares, y además,en lugar de zapatillas debería comprarme zapatos de "señora de mi edad". Ya no puedo ir a las reuniones laborales vestida de "sport". Mi madre siempre me reclama mi falta de ropa formal. Pero odio la ropa formal, y odio esa idea estúpida de que una es mejor empleada porque usa trajecito.
La ropa de "señora seria" me queda ridícula, más bien me hace sentir ridícula.
Pero en este mundo prejucioso y medio imbécil, la ropa le dice al otro, que podría convertirse en tu jefe o tu cliente, si tenés experiencia, sos responsable, proactivo, y todas esas palabras que le gustan a los de recursos humanos. 
Es una declaración de pertenencia.
Como las zapatillas. Porque esas zapatillas que me quiero comprar  me gustan desde que tenía doce años.
Mis padres, clase media colgando de la cornisa, no tuvieron mejor idea que enviarme a un colegio privado. Privado y muy pipí-cucú. Pagaban la cuota a base de lágrimas de sangre con la convicción de que el esfuerzo valdría la pena.
La cuestión es que, en ese entonces, me importaba bien poco el legado educativo que me estaban brindando. Yo era una niña clase media colgando de la cornisa, entre otras niñas de clase más que acomodada. Niñas que consumían en base a sus posibilidades, a todas luces muy alejadas de las mías.
Entonces siempre me sentí descolocada. Era la que se iba todas las vacaciones a Mardel Plata (¡verano e invierno!), y sabía lo que era playa bristol, mientras que mis compañeras el único Bristol que conocían quedaba en Gran Bretaña. 
Vivía en un departamento mínimo, y no tuve teléfono hasta  sexto grado. A los ocho años, un proyecto de conchuda vino a mi casa y al día siguiente le comunicó al resto de la clase que yo vivía en un nido de ratas (sic). Demás está decir que nunca más invité a nadie.
Así sobreviví, sintiéndome una intrusa, tratando de amoldarme, y no pudiendo.
Porque se me notaba la pertenencia a otro lugar.  ¿Cómo? Y, por ejemplo, en las zapatillas.
Como dije, a mis doce aparecieron esas zapatillas. Y pasaron a ser parte del uniforme: del que usábamos en las clases de gimnasia, pero también de ese por el cual las adolescentes se visten todas iguales.
Obviamente trasladé mi pedido de zapatillas a la mode a mis progenitores al grito de "soy la única tarada que usa Toppers". 
Mis padres sabían perfectamente que comprar esas zapatillas era un gasto que no se podían permitir. Pero tambien sabían que las zapatillas eran mucho más que calzado para mí.
Entonces, un día, mi padre apareció con una caja de zapatos. No lo podia creer. 
Al ver la bolsa pensé: me compraron LAS zapatillas. Y salté de alegría.
Hasta que la abrí.
Me habían comprado una imitación de LAS zapatillas, obviamente mucho más económicas. No se parecían ni de lejos y ostentaban la marca "pirulo" a todo color en el costado. Para que no quedaran dudas. Después supongo que dejaron de usarse, y jamás me las compré.
Creo que por esa misma época entendí que por más esfuerzo que hiciera siempre iba a desentonar un poco entre mis compañeras, pero que quizás eso no estaba tan mal después de todo.  Que un par de zapatillas decían muy poco de mí misma, lo mismo que hoy un trajecito, y que el que me juzgara sólo por eso no merecía ningún esfuerzo de mi parte.
Por eso, ahora que lo pienso, ya no sé si no me compro las zapatillas porque no las necesito, o por una especie de cuestión de principios. 
Como una forma de lealtad a esa que aprendí a ser, a base de llevar como bandera un par de zapatos pirulo.

4 comentarios:

  1. me identifico taaaaanto con esto que escribis... me encanto el post.

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  2. a mi también me enferman todos la vida con vestirme más formal, después del día en que vine con zapas y jefe no se pronunció en contra... jamás volveré atrás!

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  3. Gracias Morke!

    MyN Muy bien, viva la zapa-résistance!

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  4. muy buen post. Tirales las zapatillas pirulo a las copetudas y qeudate descalza que así caminan los líderes del mundo.

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