matinal

Todas las mañanas, mate. Hace años. No importa si sola o acompañada, con frío o con calor (cuando se llama Tereré) cada mañana mis pies se arrastan hasta la cocina, pesados de sueño, para que yo pueda "poner la pava".
Porque el mate es con pava, la de metal, esa que en el fogón del campamento se pone negra, la que junta sarro por los cuatro costados.  

Mi pava no silba. Si canta es porque hierve, y si hierve, mala señal: habrá que agregar agua fría, dejar la tapa a un costado... pero ya nada será lo mismo.

Problemas de equilibrio, a primera hora del día.

Mi madre me enseñó, entre otras cosas, su método de templanza (del agua, del mate, porque del resto me dijo que no sabe): apoyar un dedo sobre la tapa de la pava y comprobar si quema. Si no quema, hay que seguir esperando.
Su técnica es también una filosofía sobre el conocimiento (adquirilo duele).
Pero a mí no me sale. Nunca quema. En el dedo, porque después quema en la garganta. Y lava la yerba, y hay que destapar la pava, agregar agua fría... y ya nada es lo mismo.
   
Problemas de equilibrio, a primera hora del día. Y después también, pero ya no le puedo echar la culpa al mate. 

   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, deje su comentario después del tono. Le responderemos cuando podamos, y como podamos (lo que generalmente será peor de lo que usted espera).

Muchas gracias por su mensaje.

Piiiiiiiip