postal

Sólo nuestros ojos, a medio vestir de bufandas y de gorros y de arruguitas, que acá también abrigan.

Él está un poco más expuesto, estirando el cuello para calcular el ángulo correcto. Un brazo sobre mi hombro. Resguardándome, no sólo del viento helado.
El frío, que no se ve, cala los huesos. Aunque si te fijás un poco, está ahí, quietito y saludando, en esas miradas fijas en el lente que susurran a vivía voz: terminemos con esto y sigamos camino.
Sacarse los guantes resulta un incordio. Y ya lo sabemos: gato con guantes, fuera de foco.
Pero después de varios intentos, ahí quedan nuestros ojos, a medio vestir de polar y lanas de la abuela. Y toda ella detrás, sólo con su traje de luces. 
Ella que no tiembla ni un poquito, o yo no me doy cuenta.
Y debajo del caparazón mullido, dos sonrisas. Aunque no las veas. Amplias, inmóviles, como de hielo.
Pero no, porque siguen ahí mucho después del frío.
Mucho más lejos.





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Este post es responsabilidad de perez y jose, que en plena preparación de sus valijas me hacen viajar a mí tam bién. 

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Piiiiiiiip