600 miligramos de ibuprofeno, en ayunas.
El sonido del teléfono en mi lóbulo parietal derecho. Que late y retumba como un gong, desde ayer y todavía.
La voz de mi padre. Al que no veo hace meses. Porque después de todos los discursos y promesas que uno hace y se hace, la distancia termina ganando la partida del tiempo.
Mi padre, que me pregunta si leí el mail que me mandó ayer. No, no lo leí. ¿Entonces?
Que lo lea.
Yo estoy bastante tarada, pero si estamos hablando, ¿no será más fácil comunicarme el contenido del mail y ahorrarle a mis ojos el resplandor de la computadora por un rato más?
A no ser que…
A no ser que me esté pidiendo algo. Algo es siempre dinero. Prestado. Aunque con el tiempo he cambiado ese eufemismo por “regalo”, para no sentirme tan estúpida.
La excusa telefónica es venir a visitar, para fin de año, que hace mucho que no nos vemos y etc. La de mail es menos sentimental, por decirlo de algún modo.
Y aquí ando, con mi cerebro a cuestas, el mail abierto y sin responder.
Y la culpa, el ingrediente que sazona la relación padre-hijo en mi familia desde tiempos inmemoriales (porque la culpa se hereda y se aprende, de generación en generación)
La verdad, tengo ganas de decirle que no. Tan simple como eso.
Pero la culpa me corroe la cabeza tanto como la migraña.
Que se irá desvaneciendo a golpes de ibuprofeno. La migraña, porque la culpa… a la culpa no le encuentro remedio.
El sonido del teléfono en mi lóbulo parietal derecho. Que late y retumba como un gong, desde ayer y todavía.
La voz de mi padre. Al que no veo hace meses. Porque después de todos los discursos y promesas que uno hace y se hace, la distancia termina ganando la partida del tiempo.
Mi padre, que me pregunta si leí el mail que me mandó ayer. No, no lo leí. ¿Entonces?
Que lo lea.
Yo estoy bastante tarada, pero si estamos hablando, ¿no será más fácil comunicarme el contenido del mail y ahorrarle a mis ojos el resplandor de la computadora por un rato más?
A no ser que…
A no ser que me esté pidiendo algo. Algo es siempre dinero. Prestado. Aunque con el tiempo he cambiado ese eufemismo por “regalo”, para no sentirme tan estúpida.
La excusa telefónica es venir a visitar, para fin de año, que hace mucho que no nos vemos y etc. La de mail es menos sentimental, por decirlo de algún modo.
Y aquí ando, con mi cerebro a cuestas, el mail abierto y sin responder.
Y la culpa, el ingrediente que sazona la relación padre-hijo en mi familia desde tiempos inmemoriales (porque la culpa se hereda y se aprende, de generación en generación)
La verdad, tengo ganas de decirle que no. Tan simple como eso.
Pero la culpa me corroe la cabeza tanto como la migraña.
Que se irá desvaneciendo a golpes de ibuprofeno. La migraña, porque la culpa… a la culpa no le encuentro remedio.
una visita al viejo le hará bien... ahora la puta migrana no tiene remedio, que fastidiosa que es eso
ResponderEliminarhacele caso a tus ganas.
ResponderEliminar(que facil se ve todo en la vida de los otros. si aplicara este principio a mi vida varias cosas serian muy diferentes)
diego Así es, la migraña es molesta, pero uno aprende a convivir con ella.
ResponderEliminarMorkelik ja! Es verdad, si siguiera los consejos que le doy a los demás, ¡todo sería tan simple!
Ganaron las ganas... de ver a mi padre.
Gracias por los consejos!
cuando aprendas a decir que no sin culpas... vas a dejar de tener migrañas (palabra de experto)
ResponderEliminarDecile que NO, de una buena vez y que haga cargo de su vida sin joderte la tuya...