Durante toda mi infancia viví sobre la Avenida Juan B Justo. En ese preciso lugar de su extensión en el que dos gotas de lluvia la convierten en un río ancho y oscuro.
El agua sube: sin premeditación, pero con alevosía. Recuerdo el apuro, y los medios insultos que profería la boca de madre si el agua nos encontraba del lado de afuera de la puerta. Porque madre dice "la punta del muelle", aunque se haya terminado de dar en el dedo con una masa. Y recuerdo los insultos completos de padre, que pensaba en sus autos, ya de por sí destartalados, flotando a la deriva, convertidos en submarinos.
Se volvía, si se podía. Con el agua a las rodillas, pero antes subiendo por la escalera del bondi. Y todos arriba a la espera de que el colectivero fuera un poquito más allá, un poco más cerca de esa (tu) casa, repentinamente veneciana.
Y si no se podía, nos recibían los abuelos de Once. Los que cenaban café con leche y sandwiches de jamón. Porque la otra abuela, la polaca, que cocinaba cosas ricas, vivía en el sur, y ella también andaba con agua.
¿Ahí hay agua? Es la frase que seguimos usando. Porque madre, que ahora vive con la abuela polaca, sigue sufriendo con cada sudestada.
Como suegra, que del otro lado de mapa, reza para que su casita siga intacta.
Y nosotros, que andamos por el medio, ahora somos refugio cuando hay agua. Esa que limpia, revive y cura. La misma que arrasa, destroza y pudre.
El agua, esa rebelde que baja como sube: sin perdirle permiso a nadie.
ARGENTINA ES MI PAIS, TU PAIS, NUESTRO PAÍS, QUE LINDO ES VIVIR EN LA ARGENTINA!!
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